Tuesday, October 31, 2006

Teoría de la dicotomía escalonada en un monólogo

Honestamente, admiro a quien se pueda parar aquí valientemente después de lo que me acaba de suceder a mí y, sin pensar en nada, elegir un lado y, si entra, entró, y si no, pues así es la vida, pero deben ser estúpidos e insensatos. Bien estúpidos que deben ser. Bien estúpidos. Fíjense, no es sólo que del resultado de mi lanzamiento depende la esperanza y el acercamiento al suicidio de toda la gente que está aquí. Eso no es nada. Al fin y al cabo en mi profesión, uno se acostumbra. Mi problema es eso que acaba de sucederme. Es lo siguiente: el arquero me acaba de susurrar al oído que se va a lanzar a su derecha, no importa lo que pase, y yo ahora tengo un enredo maravilloso en la cabeza, estoy entusiasmado, es un reto maravilloso. El arquero es un pensador que le ha puesto connotaciones intelectuales a este simple acto. Inmediatamente y sin dudarlo, he de ponerme a pensar en cómo resolver su macabro acertijo, y es que es algo así: Si estuviera diciendo la verdad, pues no pasa nada, lanzo el balón a su izquierda y ya está. Pero pasa que es ingenuo pensar que el arquero me va a estar siendo sincero. El error está en pensar que ahora sólo tengo una decisión que tomar: si creerle o no. Tengo que tomarla, cierto, y de hecho, por evidente sensatez, no le creo ¿Cómo creerle al que ahora es mi enemigo personal? No le creo. El error está en creer que sólo hay que tomar esa decisión. No es así, y ya que no le creo y estoy convencido de que miente, lo que se supondría es que se va a lanzar a su izquierda. Sin embargo, no considero al arquero tan imbécil como para siquiera considerar el hecho de que yo le creyera. Estamos conscientes él y yo de que ninguno va de ingenuo. Como yo sé que él miente al decir que se va a lanzar a su derecha, él sabe que no le creo y no voy a lanzar el balón al lado contrario. Hasta ahí, todo bien. Entonces, se lanzará, en efecto a su derecha, a sabiendas de que, en mi evidente desconfianza, evado su engaño y lo lanzaré hacia donde él me ha indicado que se va a lanzar. Pero esa conclusión, ni yo la espero de él, ni él de mí. No puede fabricar una mentira tan infantil para confundirme en un momento que definirá inquisitorialmente el resultado. Es obvio que no se lanzará a su derecha, entonces, ya por dos razones, porque no me dice la verdad, la primera, y la segunda porque su mentira no es tan ilusa. Él sabe que no lo lanzaré a la izquierda, y yo sé que él no se lanzará a la derecha. Descartado entonces que dice la verdad, y descartadas las otras dos primeras opciones por ser ingenuas e impracticables por cualquier ser humano mínimamente pensante, sólo nos queda a partir de este punto, en el que nuestras capacidades manipuladoras están igualadas, decidir en qué punto suponer que el otro supone que es más inteligente que uno. Siendo A el lanzador o el arquero (es decir, el sujeto), y B el objeto (o sea, el que no sea A), sólo le queda decidir a A en qué punto suponer que B supone que es más inteligente que A, ya que, en el momento que B suponga mayor inteligencia, y suponga mal, se arrojará al lado equivocado. La siguiente opción es que él se lance a su izquierda por suponer que deduje su engaño que llamaremos, por ser la tercera opción desde que sabemos que miente, de tercer grado. Yo entonces, tendría que deducir que va a por un engaño de cuarto grado, y se lanzará a la derecha, y yo tendría que lanzar a la izquierda. Si él me creyera sólo capaz de deducir una mentira de tercer grado, yo marcaría. Pero él podría creerme capaz de deducir también una mentira de cuarto grado, y apelaría al quinto grado de dificultad, y así sucesivamente. Sin embargo, la cuestión no es tan sencilla. No es sólo que mi capacidad de deducción iguale en grados su capacidad de complicar mentiras, o sea, que para yo marcar, tuviera que deducir el grado de su mentira, que podría llegar al infinito, o hasta que mi o su cerebro se disecara. Es también que los grados de la mentira, para efectos no teóricos, sino prácticos, sólo tienen dos consecuencias: la derecha, o la izquierda. Entonces, los grados pares de la mentira, tendrían la consecuencia de que él se lanzara a su derecha, mientras que los impares tendrían como consecuencia su lanzamiento a la izquierda. Entonces, podríamos considerar también en nuestra selección de grado de deducción la inclinación que pueda tener el portero hacia los números pares o impares, pero nuestra conclusión sería poco convincente, tanto como que quizá tiene una inclinación hacia los pares, pero su número de la suerte es el siete. Cosa esta última que podríamos considerar a su vez, y entonces lo de decir que se iba a lanzar a su derecha fue solamente para decidir qué lado le correspondería a su grado favorito, el séptimo, y elegir ese… que es igual al noveno, al undécimo, al decimotercero, y a todos los impares. Además ¿Quién sabrá su número favorito? Si es por cuestiones psicológicas, también podríamos suponer que, aunque acostumbre pensar en grados cuando avisa el lado al que se arrojaría, hoy está pensando en cómo cocinar el pollo que se compró ayer en el mercado y si estará deshuesado porque si no lo está pagó de más y a él le pareció que la bolsa estaba un poco pesada y ya van dos veces que lo engañan en el supermercado ese que total a él no le parece tan bueno pero tiene que ir maldita sea porque su mujer dice que ese es bueno porque ahí compra su mamá y a su mamá le queda todo bueno y es mentira que le quede todo bueno a menos que a él le cocine lo podrido porque él a ella le importa un pito y a ella le parece que tanto entrenar y tanto fajarse para ser un simple portero que nunca va a hacer nada y aunque a él le importe tres pepinos qué opina la señora esa él quiere parar el penal y callarle la boca de una buena vez y poder decirle ¿viste el resumen deportivo de ayer, vieja estúpida? ¿Lo viste? ¿Viste cómo deduje el lado perfectamente? ¿Viste cómo soy más inteligente que el descerebrado de Renzo, que seguro ni pensó en los grados, que seguro no entiende nada de matemáticas? ¿Lo viste? ¡Lo viste? Así que pues nada. Tantas matemáticas, tanta deducción lógica, tanto estudio del comportamiento para seguir acá, como un estúpido en pantalones cortos, viéndome ridículo, sin nadie alrededor, teniendo que tomar una decisión que, humillando todo lo que acabo de exponer, al fin y al cabo es algo así como cincuenta y cincuenta. Se puede lanzar a la derecha o a la izquierda. Total, lo voy a fallar. Siempre fallo en estas cosas. Ayer iba a ir a la casa nueva de mi hermana, y en la intersección más imponente que hube visto en toda mi vida, tomé una decisión, fui a la derecha, y tan pronto como sospechaba que me había equivocado, escuché tres explosiones, las de tres de mis neumáticos por disparos de dos francotiradores de lo más FBI que me desnudaron y me dejaron sin carro ni nada. En la prensa no salió nada. No me consideran importante, y ellos quieren importancia, ¡Entonces dejen que marque esta porquería, que cuando lo marque, ni celebración! ¡Pura elegancia! Una estrechadita de manos muy cordial al arquero, al imbécil del arquero, que en vez de pensar en fútbol cuando tiene que pensar en fútbol lo que hace es pensar en pollo y en su suegra. Vaya futbolistas que hay en este país que lo que hacen es pensar en pollos y en sus suegras en vez de pensar para donde te vas a lanzar de una vez que es un penal y no hay que andar con idioteces. Debe ser estúpido el arquero, que se pone a pensar tanto en un penal. Debe ser estúpido e insensato, el tonto ese. Bien estúpido que debe ser. Bien estúpido.
¿Y esto que traigo? Pues nada. A los futbolistas ustedes nos consideran ahora más empresarios que futbolistas. Intentaron además hacernos usar pantalones largos para jugar, pero eso ya rayaba la ridiculez y hacía una cuadrícula en la incomodidad. Y no es que no haya algunos que sí son empresarios, que ni siquiera disfrutan del fútbol, pero esto ya es generalizar. Esto, además, da un calor infernal. Hay algunos incluso que se ponen esto con orgullo, de esos de quienes les hablaba. Que hasta propusieron una moción para rescatar la otra moción de llevar pantalones largos también, y hasta maletines. Pero yo no. A mí me gusta jugar fútbol. Aunque no juegue mucho, aunque el entrenador me ponga a ratos, a mí me gusta estar en este equipo y aportar lo que tenga que aportar. Por los seguidores… por el club… por la diversión. Yo lo haría gratis. Así que, si me permiten, me saco este saco, y se acabó. Que lo lleven otros. A mí me gusta jugar por el fútbol. Como buen delantero que soy, me gusta marcar goles, esperar los pases al vacío, desmarcarme del central contrario, burlar al arquero, driblar. A otros con el saco. A mí sí me gusta esto. Y, ahora, voy a lanzar el penalti aunque esté absolutamente convencido de que lo voy a errar. Para salir de esto de una buena vez y continuar con mi partido, con mi carrera y con mi vida. Me dispongo a cobrar el penal.

2 comments:

Claudia Lizardo said...

Qué pasa con Vaca de Goma?! Vuelvan! Los necesitamos!

Anonymous said...

jajaja, estás loco tio!!!

Lo fallaste no?